miércoles, 7 de octubre de 2015

LAS REVELACIONES DE AGUSTÍ TOLA

Estimados señores y señoras,

El contenido de este blog ha sido pasado y ampliado en formato página web, concretamente en:


Muchas gracias por su visita,

Agustí Tola


PESADILLA EN EL TREN

Entrar a una estación de trenes de la India es como aterrizar en otro planeta. En este ecosistema te topas con todo tipo de castas sociales y ves cosas muy raras, desde personas paseando por las vías de tren hasta niños haciendo sus necesidades en los rincones. Además nunca se repiten las circunstancias. De hecho, la diversidad es la característica principal de estas terminales que, sin excepciones, te proporcionan escenas difíciles de imaginar e inolvidables.

Personas atravesando las vías de tren (Foto: Agustí Tola)

En la plataforma número cuatro de una estación de Delhi estaba yo, un jovencito europeo  esperando el tren a Veranasi. Era examinado y observado por todos los locales. Sentada a mi derecha, en el suelo, había una familia compuesta por padre, madre e hijo. Me miraban como si fuera un ser deforme, de ropas raras y cargando un artefacto enorme; mi mochila. Y en el momento en que me giré de repente para ver si tramaban algo, atrapé al hombre señalando los vellos de mi pierna con el dedo índice, al mismo tiempo que se reía. No quiero saber qué era lo que tanta gracia le hacía.  
A mi izquierda había un grupo de niños y jóvenes que quizá viajaban de manera conjunta. A cada rato alguno de ellos se aproximaba y me hacía una pregunta, retornando a su clan para poner en común lo que yo había dicho. Esta situación se repitió numerosas veces hasta que fueron capaces de condensar todas mis respuestas en una historia: Se llama Tom, es de Bulgaria, tiene treinta y dos años y su propósito es buscar oro en las montañas del Himalaya.            
Desde pequeño se me enseñó a no hablar con desconocidos ni revelar mi verdadera identidad.   Por esta razón había manipulado un poco mis datos personales. No es que la India sea un sitio donde tu integridad física esté en peligro, pero tienes que estar atento con quién hablas, de qué y por qué. Alguna gente en este país siempre quiere o busca algo a cambio y eso dificulta la interacción.

Mi estado emocional era el de intranquilidad total. Siempre que había viajado en tren por la India lo había  hecho en las clases AC2 o AC3. La peculiaridad de estos vagones es que tienen aire acondicionado y, al ser más caros, es dónde viajan los indios de un nivel adquisitivo mayor.       
 No obstante, debido a que los tickets estaban agotados me vi obligado a viajar, por primera vez, en Sleeper Class, una clase sin aire acondicionado y con gente bastante pobre.
Me preocupaba con qué tipo de personas viajaría y en qué condiciones. No soy para nada clasista, pero una verdad que nadie puede refutar es que en la India la gente humilde no habla inglés, no cuida su higiene y su comportamiento es, en algunas ocasiones, algo extraño.         
Mientras esperaba distinguí que el vagón que tenía en frente, de un tren que aún no era el mío, era un famoso Sleeper Class. Lo analicé para ver si mis temores se aliviaban. Para mi felicidad presentaba la misma estructura que el AC2: una litera situada a la derecha y a la izquierda del compartimento, y una tercera al otro lado del estrecho corredor. Eso fue algo tranquilizador. Sin embargo, la gran diferencia respecto a los vagones AC2, aparte del aire acondicionado, era la densidad de gente. Si cada compartimiento tiene seis camas para seis personas, en el Sleeper Class el número de individuos de multiplicaba al menos por dos. Por ejemplo, en un compartimento de ese vagón había catorce seres humanos: se acomodaban dos o tres personas por cama y otros más se sentaban en el suelo, recostados en las maletas.     
Empecé a ponerme nervioso y a maldecir la decisión de no haber viajado en autobús. Si fuera un viaje de un par de horas no me importaría compartir la litera con muchas personas, pero al tratarse de un trayecto largo, mi intención era dormir. Recostado en una cama con gente desconocida, en posiciones incómodas, y pendiente de que nadie se llevara mis cosas, no podría alcanzar un sueño profundo.   
Acabé optando por no adelantarme a los hechos. Organizaría y me preocuparía al ver mi litera en el vagón correspondiente. Quién sabe, a lo mejor los trenes para viajes extensos eran diferentes.

Vagón Sleeper Class (Foto: Agustí Tola)
Al final, el tren de la plataforma uno, que había permanecido frente a mi desde hacía una hora, encendió los motores y partió. Al poco rato apareció el mío; el momento había llegado, la realidad iba a ser descubierta.        
Me apuré para encontrar el vagón y el compartimento lo antes posible, no fuera a ser que alguien ocupara mi sitio.           
Se me asignó la cama superior situada a la derecha. Esto es a lo que me refería; desarrollar una táctica de cómo y dónde colocar las maletas, para que no fueran robadas, dependía de si me tocaba una cama inferior o superior – y también cuanto espacio tendría, es decir, con cuantas personas la compartiría–.
No sé si fue suerte, pero en mi vagón sólo habían doce personas para seis camas. Un cálculo fácil dónde el resultado es dos personas por lecho.     
Una joven de mi edad se colocó en la parte inferior de mi cama. Por un instante pensé que sería una buena compañera de viaje, con la que podría intercambiar algunas palabras intrascendentes, pero todo se desvaneció cuando comprobé, con solo una pregunta, que no tenía ni idea de inglés. A favor tengo que decir que siempre es más agradable compartir cama con una mujer que con un hombre.        
Debajo mío había dos señores mayores. El que me llamó más la atención fue el que se posicionó justo debajo. Era un señor delgado y elegante a causa de esa curta blanca con colores vivos bordados en la parte inferior. Y lo más simbólico era su típico punto rojo entre las cejas y unas líneas blancas-amarillentas pintadas en la frente. Como muchas cosas de la India, desconocía el significado de ese complejo maquillaje.  
El resto de personas del compartimento no merecen ningún tipo de mención especial, básicamente eran matrimonios, algún soltero y ninguna criatura.       
En relación a la protección de mis pertenencias, desarrollé la siguiente estrategia. El dinero y el pasaporte los introduje entre mi ropa interior y mi pantalón, en un canguro de tela fina. La maleta grande de mochilero la coloqué debajo de la cama inferior, encadenándola a un fierro saliente de la pared. Podrían abrirla con una navaja, pero no llevársela. Y la mochila pequeña, en donde tengo los ítems más importantes - mi diario, pasajes, libros, medicinas y cargadores –, durmió arropada a mí, bien protegida.           
Una vez subido a la cama, me posicioné en modo meditación, colocando la mochila entre las piernas. Permanecí en esta postura mucho rato mientras devolvía las miradas que me lanzaban todos por ser el único turista.   
Aproveché para analizar y extrapolar ideas sobre mis compañeros de viaje. Un factor que me llama mucho la atención es que aquí la gente sigue sus tradiciones sin dejarse influenciar por las corrientes occidentales. Por ejemplo, permanecieron muchas décadas bajo el dominio de los ingleses sin que esto alterara sus costumbres: las mujeres siguen poniéndose anillos en los dedos de los pies o pintándose la planta de color rojo.  
Me asombra la fuerza que tiene la religión en la sociedad india. Condiciona a los individuos, sus acciones y, en última estancia, el desarrollo del país.          
Con tantas reflexiones y con el dominante silencio del vagón, decidí dormirme. Recoloqué la espalda en la pared de forma que mis piernas colgaban por el lateral de la litera. No era una posición muy placentera, pero suficiente cómoda para pasar una noche.            
Me dormí en menos tiempo del esperado y los sueños que me persiguieron durante la noche fueron muchos; la mayoría relacionados con mis vivencias en la India. El último sueño es el que recuerdo con más claridad porque fue el que me condujo a despertar.         

Mi subconsciente me sentó en un restaurante llamado Cluster, situado en la azotea de un hotel frecuentado por indios ricos. Todos vestían elegantes prendas de seda. Yo era el ser atípico, el único con ropa veraniega e informal: shorts, camiseta y mi inseparable mochila. Pedí un Panner Tikka Kali Mirch. No tenía la menor idea de lo que era, pero sonaba a muy hindú. Para agilizar el tiempo de espera, me puse a observar la pecera: lo peces jugaban, nadaban de un lado a otro y, como había leído en un artículo, olvidaban todo al cabo de un par de segundos. Eso sí era vivir sin preocupaciones.   
Todo evolucionaba con placidez; disfrutaba de la espera, algo que siempre es difícil y más estando solo.          
Con la comida ya en la mesa, saboreé cada bocado como si fuera un manjar. Intentaba adivinar la oleada de sabores y especies que contenía. Las salsas, como si fueran colores, se mezclaban en la paleta obteniendo tonalidades de lo más curiosas.  
Todo circulaba sobre ruedas. Incluso empezó a sonar de fondo música hindú, ni muy fuerte ni muy suave, justo como a mí me gusta. Le daba un toque de autenticidad al sitio.   
Al cabo de un rato, sin previa llamada, el desarrollo de mi sueño se vio invertido y la armonía desapareció. Las conversaciones de los clientes se transformaron en masticadas ruidosas y desagradables. Y para complementarlo, la amabilidad servicial de los camareros se substituyó por escenas algo agresivas y contrarías al principio de que el cliente siempre tiene la razón.           
La inconsciente esperanza de retomar las buenas vibras se esfumó al observar otra vez la pecera.           
Los peces se movían ahora histéricos de un lado a otro. Esos animales de colores se habían convertido en miles puntos negros, al menos ese era el efecto visual.     
Mi cuerpo se estremeció y me invadió esa sensación que todos hemos experimentado de querer despertarte y no poder. 
De repente, esos miles de puntos negros lanzaron la tapa de la pecera por los aires y empezaron a volar por la sala, ahora convertidos en un enjambre de mosquitos. Fue una doble transformación, de peces a puntos, y de puntos a insectos.         
Dejé de tener en cuenta a los clientes y sus respectivas reacciones; sólo focalizaba la atención en el movimiento del enjambre por el restaurante; chocaban contra las paredes sin rumbo alguno. En ocasiones algún mosquito atrevido se escapaba del grupo y venía a saludarme. A veces me picaba en el brazo, otras en el cuello, pero en la mayoría de los casos se dirigían a mi pierna derecha. Por alguna razón les gustaba más esa extremidad.
La situación se volvió más angustiosa cuando las picadas empezaron a ser numerosas y dolorosas. Cada vez más mosquitos se posicionaban en la parte superior de mi tobillo. Mordían y chupaban la máxima cantidad de sangre que podían. La mancha oscura cada vez fue ocupando más superficie y la pesadilla se fue intensificando. Al final el dolor acabo llegando a un límite por encima de mi lumbar de resistencia y fue justo en ese momento cuando me desperté.   
         

En primera instancia adquirí un estado de incertidumbre, quería recuperar el sentido de la realidad. Mi misión era convencerme de que todo había sido un sueño y, por lo tanto, no tenía trascendencia en mi vida diaria.
En vez de llegar a esa lucidez mental, fue un cierto aire de duda lo que me invadió. Si de verdad me había despertado de la pesadilla y estaba en el mundo de no-fantasía, entonces por qué razón seguía sintiendo en la pierna derecha, en el mismo lugar que en el sueño, ese constante cosquilleo doloroso y desagradable causado por las picadas de los mosquitos.       
Para alcanzar un campo visual más amplio y llegar a contemplarme la pierna, incliné la cavidad corporal hacía delante – recordemos que estaba estirado a lo ancho de la cama y no a lo largo.    
El horror, el pánico y el miedo me devoraron.         
El hombre de la litera inferior, ese señor con pinturas raras en la frente, estaba sentado en el borde de su cama y, con la dentadura sucia y malgastada, mordía mi pierna con suavidad y concentración. Incluso pareció no importarle cuando vio que lo miraba, él continuó con su faena.
No entendía lo que estaba sucediendo. La estupefacción fue máxima. La pierna me sangraba y las gotas rojas resbalaban por mi piel y caían al suelo.         
No era une herida profunda, sólo se había dedicado a roer y a comer la piel.        
Una vez superada la parálisis temporal, subí con violencia las piernas a la cama y empecé a gritar HELP, HELP, HELP. Hasta el conductor del tren me debió escuchar. Toda la gente del vagón se despertó y vino a mi compartimiento. Intenté explicar de numerosas maneras lo sucedido, pero mi nerviosismo dificultaba la tarea.
El caníbal parecía sorprendido por mi reacción. Me contemplaba y de reojo observaba la herida; quería acabar lo que había empezado.        
Cuando los viajantes comprendieron la causa del alboroto agarraron al monstruo por los brazos y se lo llevaron, a la fuerza, del vagón. En la siguiente estación lo echaron del tren.      
Yo, la víctima, no volví a moverme de la cama hasta que llegamos a Veranasi. Permanecí tres horas encogido contra la pared, con los ojos bien abiertos y asegurándome que mis piernas no colgaran fuera de la litera.         
La gente no me presentó ningún tipo de ayuda médica ni sentimental. Fui yo el que tuve que desinfectarme la herida con cremas que tenía en la mochila pequeña.           

Cuando recuerdo mi viaje por la India, el trayecto de Delhi a Veranasi es lo primero que me viene a la mente. El incidente del tren fue lo más impactante, tanto a nivel emocional cómo físico. Lo peor de todo es que la naturalidad con que se comportó la gente después de ese suceso, me da a entender que es algo común o al menos es una escena que ya habían visto en otras ocasiones. De este modo, el consejo para todos los turistas que se aventuren a la India es que viajen en las clases AC2 o AC3; no para evitar que las maletas sean robadas, no para tener una cama para ellos solos, sino para mantenerte alejado de esos hindús que se comen la piel blanca de los turistas.    

lunes, 13 de abril de 2015

DURMIENDO

I
Los viernes llego muy tarde a casa. Como de costumbre, mis padres ya habían puesto la mesa y la comida estaba en los fogones, esperándome para servirla. Había sido un día muy duro debido a mi cansancio y a mi estado de debilidad. Asistí a las correspondientes clases en la universidad, siempre aburridas, y en la tarde aproveché para ir a nadar. No pude hacer más de quince piscinas, y eso que de costumbre hago cuarenta. Me sentía sin fuerzas y me venían calambres a cada rato, en los pies en primera instancia, y después en los muslos. Los calambres en los pies los superaba con facilidad; paraba, movía los deditos y a los pocos minutos toda la musculatura volvía a estar en plenas facultades. Pero cuando me vino el calambre en el muslo tuve que salir de la piscina, con cierta dificultad, echarme en el suelo y masajearme la pierna.   
A parte de los calambres, cada dos piscinas tenía que parar para equilibrar mis respiraciones; me costaba aguantar el aire debajo del agua, nadando así alterado y cansándome más.      
Fue muy extraño, me he sentido como un anciano de setenta años intentando nadar después de haber tenido durante veinte años  una vida sedentaria.             
Anímicamente también he estado tocado. No he deseado relacionarme con mis amigos, quería estar solo y recapacitar. Y cuando subí al bus que me llevaría a casa, busqué el asiento más aislado de todos, donde me acurruqué y dormí como un lirón durante la hora que duró el trayecto. Cuando llegamos al destino estaba empapado de sudor, y eso que iba en manga corta. Seguramente había sido una pesadilla la culpable. Sin embargo, esa siesta me sirvió para recuperar fuerzas, me sentí un poco mejor. Quería creer que el estrés de la universidad era la causante de mi estado de debilidad; descansando y durmiendo mucho, todo se solucionaría.           
De cena había ñoquis; cada viernes quiero cenar pasta debido a que después de hacer deporte, en mi caso nadar, una comida abundante de carbohidratos es muy aconsejable. Me encantan los ñoquis, y más aún con la salsa de chorizo y tomate que hace mi mamá. Son irresistibles. Lamentablemente, no los pude comer, hice el intento pero me pasaba un largo rato masticando porque me costaba mucho ingerir la comida. Ya al mediodía sólo pude comer medio bocadillo de queso, y eso con sumo esfuerzo. Sentía como si el esófago se hubiera estrechado y la comida no tuviera espacio suficiente para llegar hasta el estómago. 
Debí conformarme con cenar un yogurt, algo ligero y semilíquido. Mis padres se extrañaron mucho debido a que siempre me como toda la bandeja de pasta. Les expliqué mis síntomas, y llegaron al consenso que estaba incubando una gripe. Entonces me hicieron tomar una aspirina.         
Mi madre aún no había acabado su plato de ñoquis y mi padre estaba comiendo frutas cuando me levanté. Despidiéndome conjuntamente con un frío y distante buenas noches, me retiré a mi dormitorio. Estaba exhausto, la energía recuperada en la siesta del autobús se había desvanecido.      
No me lavé los dientes, ni me puse crema en los granos de la espalda debidos a la pubertad; no tenía ánimos para eso. El esfuerzo de ponerme el pijama ya fue demasiado agotador.
Me estiré en la cama, posicionado de lado, mirando hacía la pared. Siempre duermo mirando el techo, pero ahora tenía escalofríos y quería estar acurrucado, juntando mis muslos con mi tronco, ocupando el menor espacio posible. Inmediatamente me dormí, sin tener que pensar en los sucesos del día, en mis futuras preocupaciones, en mis amigos ni en nada por el estilo, que es lo que siempre hago antes de dormirme.               

II
Mi querida madre tiene órdenes directas  de despertarme los sábados y domingos a las nueve de la mañana; una hora que me permite descansar y recuperarme de la estresante semana, y por otro lado, la mañana puede ser aprovechada a la perfección.         
Sin embargo, ayer no le recordé su deber, y ella lo interpretó como qué lo adecuado sería que descansara y me recuperara. A las doce del mediodía pensó que ya era una hora adecuada para ver cómo me encontraba y cortar mi profundo sueño. Entró en la habitación con sigilo, abriendo la puerta con cuidado; mirando que no se moviera el llavero que se encuentra en la cerradura. Sólo las madres siguen guardando cuidado a pesar del inminente despertar. De puntitas se dirigió a los porticones y los abrió para que la luz iluminara mi alcoba, mientras a coro, con una voz muy dulce, susurraba crecientemente ya es de día, ya es de día; repitiendo las cuatro palabras que utilizaba yo de pequeño cuando los despertaba a ellos. La venganza es un plato que se sirve sin calentar.
La luz no me despertó, continuaba en la misma posición en la que me dormí; apoyado en el lado derecho del cuerpo, encarado a la pared, muy cerca de esta. Sólo sobresalía mi cabeza, el resto del cuerpo lo tenía cubierto por las sábanas.  Mi madre se acercó a la cama y me puso la mano en la frente, quería ver si tenía fiebre. Le sorprendió notar una baja temperatura. Así que se dirigió a su habitación para coger el termómetro. Al regresar, se subió en la cama; dejando una pierna tocando al suelo y la otra acomodándola en el lecho. Me iba hablando para ver si sus palabras me despertaban, pero yo seguía roque. Decidió ponerme el termómetro aunque yo durmiera. Cuando me giró para que me pusiera mirando al techo, comprobó que era un peso muerto y con una cara súbitamente pálida. Ahí supo que algo no iba bien. Subió el tono de voz, y me empezó a mover con más intensidad para que me despertara. Yo seguía con los ojos cerrados, sumergido en el sueño. Volvió a tocarme la frente y el frío de mi piel recorrió sus nervios. En ese momento gritó mi nombre mientras me sacudía fuertemente. Su mente se enturbió, no sabía qué es lo que estaba pasando. La realidad se transformó en una especie de pesadilla.  Asustada y muy alterada se dirigió a la sala donde gritando histéricamente le dijo a mi padre que estaba inconsciente. Era tanta la angustia de mi madre que lloraba sin que le cayeran lágrimas. Mi padre fue corriendo a la habitación, se sentó en mi cama, me tocó, desprendió con brusquedad las sábanas que me cubrían y, tomándome el pulso en la muñeca y después poniendo la oreja sobre mi pecho, susurró: no tiene pulso, no respira.  Me estiró de un brazo, y cuando estaba en el borde de la cama, me cargó. Gritó a mi madre que cogiera las llaves del coche. Me estiraron en el asiento de atrás del auto, la cabeza la apoyaba en las piernas de mi padre, que subió a mi lado. Mi madre conducía; ¡y cómo conducía!; siempre ha sido una conductora precavida y ahora iba a una velocidad endiablada. Por su parte, mi padre, sin saber qué hacer ante tal situación, intentó un boca a boca y masajearme el pecho para darme calor. Eran actos de pura desesperación.               
Llegamos al hospital del pueblo en un santiamén; no me extraña, a la velocidad a la íbamos... Repitiendo la escena, mi padre me cargó y, con mi madre al lado, entraron al hospital,  gritando y llamando a los médicos. Una señora, supuestamente enfermera, detectando la delicadeza de la situación, los condujo a una sala donde había una camilla. Al instante tuve un médico al lado que me examinaba mientras recibía explicaciones de mis padres. Gritando le ordenó a la enfermera que llamará a la ambulancia, mientras en voz baja, sin saber si se lo decía a él mismo o a mis padres,  murmuraba: “no respira, no respira”.

III
Estaba en una habitación minúscula del hospital Sant Josep, en la ciudad más cercana del pueblo. Unas sábanas me tapaban no sólo hasta el cuello, sino la cabeza incluida.
En el pueblo me había recogido una ambulancia y mis padres la siguieron en el coche, aprovechando el paso que ésta abría. No dijeron nada en todo el camino; sólo le daban  vueltas a las palabras del médico de cabecera del pueblo: vayan al hospital Sant Josep, pero témanse lo peor.       
Así fue, la advertencia  del médico se cumplió. Mi padre se ocupaba del papeleo en la recepción. Mi madre, en una silla de la sala de espera,  lloraba, sollozaba, consumía todas las reservas de agua de su cuerpo.                           
Al cabo de un largo rato volví a estar en casa, en mi habitación. No estaba echado en mi cama, como cada noche, sino que me encontraba en el ataúd que reposaba sobre ella. Era un ataúd marrón oscuro, muy bonito, lleno de adornos dorados. Si todo hubiera ido más despacio, les habría dicho a mis padres que quería un ataúd ecológico de cartón, que es barato y tiene la misma función que los de madera.       
En la sala estaba mi padre con la familia y los amigos de confianza que habían ido a acompañarlos en estos momentos difíciles. Algunos estaban  sentados en los sofás, otros alrededor de la mesa del comedor y otros, en grupitos de tres, de pie. El tema de conversación siempre giraba en torno a unos parámetros:  pobre chico, con la prometedora vida que tenía por delante…; que van a hacer ahora ellos sin su hijo, toda su vida giraba en torno a él; pobre María, está en la habitación y no quiere salir. Así era, mi madre estaba en la habitación a oscuras. No quería ver a nadie porque todos le dirían lo mismo. Únicamente deseaba darle vueltas a ¿por qué, por qué él y no yo?
Ojalá pudiera haberle dicho a mi madre que viniera a mi habitación, que se acostara conmigo, al lado del ataúd. Me tuve que conformar con la visita de los asistentes. Entraban uno por uno, o por círculos familiares, me miraban y, dependiendo de la persona, me tocaban o me decían alguna cosa. Lo más tierno fue cuando entró Anna, una amiga de mis padres, especialmente de mi madre. Es una señora mayor, y venía al menos una vez al mes a cenar a casa; era una mujer muy tierna. Yo le tenía un gran aprecio de manera recíproca, es decir, la quería porque yo la fascinaba a ella. Veía en mí un chico con mucho potencial, con mucho carácter y con un mucho encanto. Cuando entró tenía los ojos rojos de tanto llorar, pero hizo un esfuerzo para tranquilizarse. Se acercó con un paso titubeante y se quedó cinco minutos en silencio contemplándome con seriedad. No dijo nada, como si no quisiera despertarme. Entonces, antes de volver con el resto de la gente, me besó con ternura en la frente; un beso que decía lo mucho que me había tenido en consideración y el cariño que me tenía.

IV          
Los días que viví intenté disfrutarlos al máximo, sacándole el jugo a cada minuto, a cada segundo y a cada experiencia; igual que cuando exprimes la pulpa, los gajos, las semillas y todas las partes de una naranja.  Así fueron los veinte años de mi paso por la tierra, unos años llenos de alegría y de buenos momentos. Hubo días desagradables, claro, pero fueron pocos y no los quiero recordar.
Quedaron muchos sueños por cumplir y me sabe mal no haber tenido la posibilidad de, al menos, intentarlo. Pero sólo me sabe mal; no estoy enojado, no estoy deprimido, no tengo rabia, no lloro, nada de nada. Sólo me sabe mal. Más que nada me molesta por mis padres. Ellos van a cargar con todas la consecuencia del Adiós de su único hijo, de la persona que más querían, del núcleo de sus vidas. Yo era un planeta con dos satélites, ellos, dando vueltas a mí alrededor. Qué van a hacer ahora estos dos satélites sin su planeta; van a estar perdidos por la inmensidad del espacio, sin saber a dónde ir ni qué hacer.
Quisiera saber cómo van a afrontar este contratiempo;  no sé si van a decidir cortar su relación ahora que su imán principal ha desaparecido, o si van a unirse más aún para luchar y superar esta adversidad.  Espero que sea la segunda opción. Estoy seguro que mi madre es la que lo pasará peor, por lo tanto deseo que mi padre esté siempre a su lado, consolándola o animándola según el momento.             
Me quedaron muchas cosas por vivir, por ejemplo, casarme, crear una familia, tener hijos, verlos crecer, y que me hicieran abuelo. Tampoco sé a qué me hubiera dedicado, cuál habría sido mi profesión. Nunca se sabe lo que te deparará el destino; a lo mejor acababa viviendo en Sudáfrica con una italiana. Lo que más me fascinaba cuando respiraba era, sin duda, no saber dónde estaría en diez años y ni siquiera en uno. No obstante, nunca había enfocado la posibilidad de acabar como he acabado.              
Son muchas las experiencias que me he perdido pero también muchas las que he vivido, teniendo en consideración mi edad. Sin embargo, hay un aspecto que no he experimentado en veinte años: el amor. No amor de madre o amor de familia, sino el amor de pasión. He tenido amigas, amantes y noviazgos temporales, pero no he tenido un romance serio, una relación larga, duradera y completa. Eso es lo único que me impide hablar de veinte años perfectos. Me hubiera encantando conocer una muchacha con quién compartir lo bueno y lo malo, contarle mis preocupaciones, explicarle los secretos más profundos de mi alma, y cómo no, viajar con ella, visitar sitios tan románticos como París o Florencia. Y esa es la etapa que más tristeza me da no haber tenido.

V
La noticia de ayer se extendió como niebla por todos los círculos por donde me movía. Que la gente del pueblo se percatara me parece lógico, es la fama que tienen estos núcleos urbanos. Lo curioso es que también se enteraran de lo sucedido en Barcelona, más concretamente en mi universidad. No tengo la menor idea de quién fue el difusor. El hecho es que mis tres amigos más íntimos llamaron a mis padres para dar su pésame y preguntar por el velorio. Somos una familia atea y siempre hemos visto a la iglesia como una mafia que se aprovecha de los pobres y analfabetos, así que la idea era realizar una ceremonia  en casa. No obstante, mis amigos comentaron que un gran número de personas de Barcelona querían aproximarse para verme por última vez, y eso puso a mis padres entre la espada y la pared;  debían escoger entre nuestra diminuta casa, invitando sólo a personas cercanas, o hacer una ceremonia fúnebre en la Iglesia con muchas personas. Conociéndome como si me hubieran parido, mis padres sabían que yo era una persona sociable y por eso aceptaron hacerlo en la iglesia, adivinando así mis deseos.
Mis compañeros de clase se reunieron para venir juntos a mi entierro. Alquilaron tres autocares de setenta personas cada uno para venir al pueblo a darme el último saludo; dos iban repletos y en el tercero sobraban algunos asientos. De mi clase eran noventa y cinco personas, y de la otra clase, con la cual compartíamos algunas asignaturas, vinieron cincuenta; la mitad. El resto eran amigos de otras carreras o universidades que me conocían ya fuera por cursos, deportes, encuentros esporádicos o por ser amigos de amigos. Llevaba una vida social muy activa así que, como se puede comprobar, amigos no me faltaban.     
En total, ciento ochenta y cinco almas vivas de la ciudad condal se tomaron la molestia de perderse un fin de semana para venir a despedirme.

VI
La Iglesia del pueblo tiene el segundo campanario más grande del país, y ella en sí, con su estilo barroco muy cargado, alberga grandes vitrales y espacios muy amplios en el interior.               
Llegué transportado por el coche funerario y de ahí me pusieron en una plataforma metálica, con ruedas, para trasladarme dentro del templo de Dios. Traspasar las robustas puertas de roble, oler la piedra húmeda y ver centenares de personas allí reunidas, unas sentadas y otras de pie, para darme una solemne despedida, me enterneció. En cierto modo me supo mal haber fallado a estas personas al no alcanzar las específicas metas en la vida que ellas estaban convencidas que lograría. Había un aire de tristeza en torno mío. Mis padres y familiares entraron detrás de mí. Mi madre no ha dejado de llorar y sus ojos parecen ensangrentados de lo rojo que están; en cambio, mi padre no ha derramado ni una lágrima. Él tiene otra manera de demostrar el dolor y la pena. Se podría decir que mi madre llora en nombre de él y de toda la familia junta.
Se abrió un corredor entre la gente para dejarme pasar. Antes de mi llegada nadie hablaba, pero a medida que recorría el pasillo para llegar al altar, el silencio se tornó en re silencio; como si todos hubieran dejando de respirar y centrasen todas sus fuerzas en mirar mi avance.              
Una vez situado frente al altar, muchos explotaron a llorar. Álvaro fue quién más lloró, sus gemidos eran los que más se escuchaban. No es mi mejor amigo de la universidad, pero nos teníamos un fuerte aprecio mutuo, y hoy lo ha dejado ver. Tuvo que ser Laura quien lo consolara, abrazándolo. La gente que no lo conocía se quedó sorprendida porque su metro noventa y su imponente musculatura no muestran la sensibilidad que guarda en su interior.  

La misa dio comienzo y el cura empezó a farfullar oraciones en latín; a nombrar en cada frase a Cristo, su familia y mi alma. A mis padres les molestaba, por si no fuera poco lo que ya estaban viviendo, debían aguantar además las filosofadas del cura y su libro sagrado. Les sacó de quicio en el momento en que explicando la resurrección de Jesús, daba esperanzas a que yo, tendido delante de ellos, pudiera sorprenderlos con la misma acción. El grado de dolor que albergaban todos los allí presentes traducían esas palabras en burla. La gente por respeto no dijo nada, pero mis padres se miraron y se calmaron mutuamente para no pegar, según su juicio, al ingenuo que sacrificó uno de los placeres más grandes de la vida para demostrar su fe en un ser imaginario.  
Todos, ¡incluso yo!, teníamos la sensación que estas ceremonias están ya pasadas de moda. Una misa en el siglo XVI podía tener sentido, Dios era la única esperanza de la población. Pero ahora, con la tecnología y la ciencia que nos rodea, ningún ser racional se plantea la posibilidad de un Creador capaz de construir la Tierra en 6 días y descansar el último. Así que las palabras del cura eran como un cuento que todos oían, pero sin estar de humor para tales palabrerías.            
Los típicos “amén” o “en nombre del padre, del hijo y del espíritu santo” que supuestamente se debían exclamar en coro por todos los allí presentes, sólo lo pronunciaban voces gastadas y arrugadas, es decir, sólo los presentes de una cierta edad conocían el guión.              
Para muchos, el sermón en su conjunto se hizo eterno aunque objetivamente fuera breve; no sobrepasó los veinticinco minutos. Cuando el cura dio por finalizada la misa, toda la gente se fue posicionando en una cola en  donde yo hubiera sido la cúspide de haber tenido forma de pirámide.               
Suerte que me habían peinado y vestido bien; llevaba ese jersey azul claro tan bonito que combina como te y azúcar con pantalones negros. Es importante que la última imagen que les quede a todos mis conocidos sea la de ese chico apuesto que siempre se fija en los detalles, ya sea en el trato personal como en la vestimenta. Incluso la palidez de mi piel se retocó un poco con unos polvos mágicos, el mismo que se ponen las mujeres para aparentar su anciana juventud     .
Unas seiscientas personas me dieron el último Adiós. Agradezco su esfuerzo y cariño pero podrían haber sido más innovadores en su despedida.  Fue muy parecido a lo vivido en las visitas que recibí en mi casa ayer en la tarde, aunque ahora eran aproximaciones  cortas y frecuentes. Todos hacían lo mismo: mirarme y decir alguna palabra. Àlex fue quién acabó con mi aburrimiento. Se acercó, y con un miedo aparente de que le dijeran algo, metió en el ataúd un papelito doblado por la mitad y encima de éste puso una goma gigante. Todo tenía su significado, claro, entre él y yo. En la hoja de papel había hecho un dibujo estilo grafiti donde su nombre y el mío se fusionaban en símbolo de amistad permanente. Y la goma… Esa fue la goma gigante que le regalé hacía años, con la intención que le durará toda su vida, porque no tenía y siempre me pedía presentada la mía. Como acostumbrábamos hacer bromas de ese regalo ingenioso, fue un gesto muy bonito devolvérmela para que yo pudiera reírme el resto de mis días.
Esa fue la anécdota del día, aunque el momento más emocionante fue cuando se acercó Mireia, la chica de la clase que más me gusta.  No sé si se enteró de mi devoción por ella; la pista era que cuando hablaba con ella mi voz se volvía inestable y a veces tartamudeaba. Se acercó con los ojos húmedos y dejo un ramo de rosas blancas al lado del ataúd. Tuve la sensación de ponerme rojo y me sentía extraño porque quería decirle algo, llamar su atención, hacer que se fijara en mí por última vez. Me concentré para tirar un jarro de flores que estaba al lado del ataúd, pero mi fuerza psíquica no fue suficiente. Me sentí muy impotente al ver esos ojos marrones, perdidos en la inmensidad del mar, mirándome con ternura. Y yo sin poder decirle nada.

VII
La elección familiar se consensuó en no alimentar a los gusanos, fomentando así la biodiversidad del planeta;  en otras palabras, fue la incineración y no la descomposición natural lo que puso punto final a mi cuerpo físico.              
Puede parecer una tontería la comparación, pero siempre me había duchado con agua caliente, casi hirviendo, de modo que era más de mi agrado el calor de las llamas quemando mi piel, mis órganos y algunos huesos, que no el frío subsuelo y los frescos animalitos.
¿Alguna vez os habéis preguntado cómo es la incineración? Yo no, así que me he llevado una sorpresa. ¡Me han quemado con el ataúd! Por Dios, por el cura y por las funerarias, eso no puede ser posible. Tendrían que haber ataúdes de alquiler, así una vez hechas las pertinentes ceremonias, éstos se podrían usar otra vez. No tiene sentido ir quemando ataúdes. Las fábricas sí  que maximizan sus beneficios, pero los bolsillos de las familias y los troncos de los bosques no son fuentes de recursos inagotables.  Me escandalicé al ver que me metían al microondas gigante con el cajón de pino incluido.         
Horrorizado me quedé.              
Veinte años atrás fui espermatozoide y óvulo al mismo tiempo, crecí, me desarrollé, me formé y al final del camino he vuelto a acabar en la diminutez. Es difícil imaginarme que estos restos es todo lo que queda de mí, un humano que hablaba, pensaba, actuaba, comía y vivía. Me he convertido en lo que en su día había sido alérgico, en polvo.


sábado, 29 de noviembre de 2014

FLOR DE UN DÍA

Moià (Foto: Agustí Tola)
La  mesa está posicionada en el centro de la sala de estar. Una mesa pequeña que, en principio, pasa desapercibida entre tan voluminosos sofás, tan pintorescas obras de arte y ese paisaje al otro lado de la ventana. Pero esta pequeña mesa transparente tiene algo que te atrapa; un simple jarro con flores.     
Te sientas en el sofá y fijas la mirada en este toque de naturaleza en medio de tanta artificialidad. Es el elemento que le da vida a ese salón tan común. Un factor minúsculo que le cambia la esencia de ese lugar.      
Puedes dirigirte a otros sitios de la casa, pero eres íntegramente consciente que si vas a la sala ahí hay ese toque de vitalidad que puede sacarte de una soledad momentánea o un aburrimiento prolongado. Incluso, estando fuera de casa, paseando por bosques, donde se pueden encontrar flores a raudales, sabes que tú tienes una en tu propiedad y  a tu disposición.           

La sensación es extraña, sabes que está ahí, en esa mesita, sin moverse y que es un elemento trascendente en tu vida. Sin embargo, actúas como si nada, intentando demostrar que cuando no esté no te dolerá. Y en el fondo sabes que es un auto-engaño.          
Antes de entrar en los meses fríos, las circunstancias te van preparando para lo que se avecina. De repente, un día, entras al salón y encuentras determinados pétalos esparcidos por la mesa y alguno por el suelo por culpa de las corrientes de viento. Intentas aparentar que la suciedad es lo que te molesta y no quieres reconocer que, en el fondo, te están preparando para el inevitable desenlace. 
Ya entrados en las temporadas duras, esa pequeña mesa transparente ya no es lo mismo, ha perdido todo encanto; el jarrón con flores desaparece.   
La vida continúa y la manera de interactuar externamente es la misma, queda inmune. No obstante, cuando estás en el sofá, en el sitio donde solías contemplar las flores, recuerdas su ausencia con más dolor.           

Esas flores fueron en su día un elemento de un parque u otro lugar relativamente salvaje; hasta que se cruzaron con tu mirada. Recogerlas e incorporarlas a tu vivienda parecía, en cierto modo, irrelevante. En ese momento sabías que se secarían y sucumbirían tarde o temprano. Y había el riesgo que no te acostumbraras y tú mismo te deshicieras de ellas. Pero pasaron los días, las entradas al salón, las siestas en el sofá y eso convergía a una familiaridad entre tú y las flores.    
Piensas, reflexionas  y maldices no haber agarrado flores perenes. Sin embargo, las recogiste porque te gustaron y no pensaste en determinadas características futuras. Pensaste en el presente y no en más adelante. Ahora crees que lo podrías haber evitado, pero eso no es cierto. Intentarás la próxima vez escoger algo que no pueda reportar tanto daño aunque, en el fondo, sabes qué la decisión de selección es un acto instintivo.          

Pasan los años, las prendas de ropa y las arrugas, y esa mesa del salón sostiene diferentes flores cada vez que inicia una nueva etapa.  Focalizas tu amor cada año en estos elementos que van y vienen. Mas siempre sabes que acabaran olvidadas y sustituidas por otras flores en la próxima estación.  

PD: "El pequeño Nicolás" es y será flor de un día 

jueves, 7 de agosto de 2014

La Paz


No he participado en una guerra, no he caminado por Nueva York, no he visitado Hong Kong, no he viajado a África, no me he lanzado en paracaídas, no he entrado en un volcán a sacar azufre y me queda pendiente una larga lista de tareas por realizar. Sin embargo, nunca, repito, NUNCA, se me pasó por la cabeza que vivir en La Paz sería una experiencia única, un lugar especial que no creo que se pueda replicar en ningún otro sitio.
Mi sistema receptor juntó mucha información sobre Bolivia antes de llegar, y la mayoría de los mensajes decían que era un sitio pobre, feo, sin ningún encanto, aburrido, aislado del mundo real, en resumen, un caos no sólo reflejado en el tráfico sino en todo en general. Bien, yo estaba seguro que el cuadro de la Paz no podía ser tan negro como me lo pintaba la gente.
Para llegar a la ciudad sede del gobierno boliviano, atravesamos, durante una larga hora, El Alto, una ciudad que se encuentra en la frontera con La Paz. Desde el autocar, la imagen que se proyectaba por las ventanillas era como la de una película llamada Esto es pobreza. He visto lugares con más miseria, aunque por lo común se trataba de pueblos perdidos en el interior del Perú o México. Pero recordemos que ahora estamos hablando de la ciudad principal de un país.
Mansiones de El Alto (foto María Marta Rey)

El tráfico era un desorden comparado con Europa, aunque un paraíso en relación a Lima. La gran mayoría de casas que se podían apreciar estaban inacabadas; dicen que por cuestiones fiscales las dejan sin terminar, al menos los pisos superiores. Y de vez en cuando aparecían mansiones, supuestamente de la gente “rica” o  “con suerte”, pintadas con colores brillantes y vivos como el rosa, naranja o verde; unas arquitecturas y decoraciones muy peculiares. Y siempre, en los bajos de todos los edificios o casas había tiendecitas y bodeguitas. En general reinaba una sensación de tranquilidad y seguridad, la gente parecía poco violenta, aunque las estadísticas dicen que hay varios asesinatos diarios en esta zona.
Una vez pasado El Alto, que es enormemente extenso, se llega al filo de la montaña. En ese momento el sistema respiratorio se cala debido al paisaje que está delante de tus ojos, y también porque en ese punto se alcanzan casi los 4000 metros de altura. La Paz se encuentra en un valle infinito, donde las montañas recuerdan a una muralla natural que protege la ciudad. Si se tiene la oportunidad de contemplar esto de noche, como yo tuve el privilegio, se verán las luces de las casas que trepan por los cerros, los traspasan y siguen. Es un mar de iluminaciones rodeado por montañas.  Y cuando estás disfrutando de las espectaculares vistas, de repente el autocar se inclina como si se cayera por un barranco: es el momento de penetrar la ciudad. Las bajadas son de una pendiente vertiginosa y encaminarse hasta el centro lleva otra hora como mínimo. La pobreza está más disfrazada que en El Alto, pero incluso atravesando los barrios residenciales tienes una impresión de precariedad absoluta. Los que aquí se consideran barrios residenciales, en países desarrollados representan las zonas peligrosas e impenetrables.
Todo este trayecto significó un momento único en mi vida, un momento de reflexión en que me decía Vive este viaje, disfrútalo y sé consciente porque es una cosa que nunca más volverás a ver. Recorrerás otras ciudades con edificios lujosos que casi conectan con el cielo, pero difícilmente contemplarás un lugar tan auténtico como éste.
Mi tía, mi prima y mi hermano gemelo con una cholita

Y una vez vivida la ciudad por su interior te das cuenta que la palabra autenticidad es el sustantivo más noble y honesto para esta localidad.  Hay electricidad, hay Internet, hay coches, hay turistas, aunque todo bajo la sombra de la cultura del país. Es como si la globalización hubiera llegado, pero sin que la gente le hiciera caso. Y si han incorporado algún valor universal, lo han calcado en versión boliviana. Por ejemplo, una cadena de pollos y hamburguesas llamada Pollos Copacabana, expulsó del mercado los McDonald’s. Por otro lado, en la calle ves gente indígena engalanada con atuendos típicos de aquí. Aún recuerdo con mucha admiración cuando pasé por un edificio moderno y bonito, y por el portal salió una mujer autóctona, llamadas cholitas, vestida de manera tradicional: una falda ancha, una manta que les cubre el tronco superior, y un sombrero estilo Charles Chaplin. 
La gente es muy afín a su historia y a diferencia de muchos pueblos, quieren que las costumbres se transmitan de generación en generación sin extinguirse. Hasta ahora había estado en contacto con un mundo muy materialista y me ha sorprendido positivamente que queden civilizaciones que no se dejan influenciar por un tipo de pensamiento que se está extendiendo de manera generalizada por todo el mundo. 

No llevo muchos días en La Paz y esta ha sido la primera impresión sobre un admirable lugar donde TODO es digno de admirar. Las próximas semanas me ayudarán a completar mi objetiva opinión sobre la población paceña y boliviana. Sin ningún tipo de duda, viajar es una oportunidad única para conocer culturas y maneras de vivir diferentes a las que estamos habituados. La decisión de venir a La Paz no fue fácil y la visión que me llegaba no era muy prometedora; sin embargo, por suerte, tuve a priori la valentía para enfrentarme a un mundo nuevo y desconocido. Esta intrepidez me ha permitido adquirir una multitud de enseñanzas, reflexiones y razonamientos que nunca habían recorrido mi mente a pesar de haber visitado capitales autoritarias como Londres, Roma, Dublín, Barcelona, Lima o México DF.

LA PAZ (foto Agustí Tola) 




jueves, 13 de febrero de 2014

Asesinato Sentimental (Parte II)

MARTES  05
Según tengo entendido, suele salir del trabajo a las siete. Dejando un margen de precaución por si tenía que ir al despacho del jefe a buscar un aumento de sueldo, me presenté en su casa a las 8 de la noche con una bandeja de sushis que compré en un buen restaurante de la ciudad.
Me gusta quedar bien con la gente, y aunque me estaba haciendo el duro los últimos días, tengo que aceptar que me arrepiento de haberle gritado y no haberme controlado. Ha sido ella la maldita; no quiero que se intercambien los roles. Maldito sólo hay uno.
Le expliqué las causas de mis nervios reflejados en mi última frase del otro día. Primero estaba seria pero fue aceptando las disculpas poco a poco. Aseguró que estaba en Frankfurt, y que no me hiciera esas paranoias. ¿Para qué te voy a engañar si me gustas tanto?—me dijo. 
Esta última pregunta retórica me sirvió de demostración que había conseguido lo que quería. La desvestí y tal como dije ayer, mis deseos sexuales se quedaron en su piso. Después de ponerme los pantalones cogí tres sushis del paquete aún envuelto, me despedí y me fui. Qué buenos estaban los sushis, espero que se los terminara para cenar.
Le dije que no podía quedarme a comer los sushis porque tenía una cita con José Luis para ir a cenar. No sé si se percató que el juego había empezado.

MIERCOLES 13
Nos hemos visto bastante a lo largo de esta semana; voy a su casa y me la tiro o ella viene a la mía para realizar la misma acción. No busco nada más. Antes salíamos  a comer a buenos restaurantes o a pasear, ahora como mucho vamos a comer algún menú barato en un bar. No tengo ningún interés de hablar con ella ni que esté contenta; sólo la utilizo para atenuar mi lujuria. Intento mantener un poco las costumbres por el simple hecho de que mi juego consiste en que ella no se percate que la manipulo.
Lo sorprendente es que no me haya salido con ninguna tontería como las de antes; es más, sus humores son estables.

VIERNES 15
Cómo son las circunstancias de la vida; hace dos días remarcaba el hecho de que se estaba comportando como una niña mayor, no hacía pataletas ni salía con extravagancias. Pues mucho estaba durando la alegría, ya me extrañaba a mí.
Compramos unos sándwiches en un supermercado, un par de gaseosas, y nos sentamos en un banco del parque Golden a cenar. Ella remarcaba la bonita puesta del sol y el anaranjado color de las nubes.
Yo estaba concentrado en no comer mucho; no me gusta tener relaciones sexuales con el estómago lleno.
Cuando ambos habíamos finalizado nuestra cena campestre, me agarró la mano y me preguntó dulcemente si no quería estrechar más nuestra relación. Implícitamente me estaba pidiendo que nos fuéramos a vivir juntos, lo supe de antemano; pude olfatear sus intenciones. Traté de irme por las ramas; no por las ramas de los árboles del parque, sino por las ramas de su proposición, haciéndome el tonto. Siguió intentándolo mediante todo tipo de insinuaciones hasta que se rindió; no le quedó más remedio que ser explícita. Todo ese tiempo me sirvió para pensarme una respuesta. Los dos tenemos un contrato a cumplir con nuestros correspondientes pisos y sus propietarios. Iremos a hablar con ellos y, según las facilidades que nos den, decidiremos cual será nuestra vivienda.
¿Qué busqué con esta respuesta? Intenté crear un clima complejo y a mi favor. Procuré mostrarle la dificultad de su oferta por razones ajenas a mí, es decir, como si yo le hubiera dado mi visto bueno pero dependíamos de otras personas. Fue una manera de quitarme responsabilidades de encima, ella se quedaría con la idea de un “Si” de mi parte,  pero con un “vamos a ver” por parte de otros factores extra radiales. De este modo me garanticé el coito que había estado planeando durante mi ligera cena. 

DOMINGO 17
Cuando buscaba una relación seria con esta chica, me surgían todo tipo de obstáculos por su parte; salía con contratiempos que eran sinónimos de no podemos tener una relación formal. Al final, creyendo haber descifrado sus intenciones, decidí llevar una relación informal al pie de la letra. Y en ese momento, ella me plantea una relación seria.
Lo más importante en esta vida es la salud, y en este caso mi salud mental se estaba viendo afectada.  Así que quiero poner fin a nuestra historia amorosa. Han sido unos meses extraños, locos y, de vez en cuando, agradables. No me apetece estrechar la relación, he visto que es un ser un tanto peculiar y no creo que duráramos mucho tiempo viviendo juntos. Así mismo, mi adoración por ella ha decrecido considerablemente; antes la veía como la mujer de mi vida, pero desde que se ha convertido en mi muñeca inflable, no le tengo ningún aprecio. Yo seguiría con ella de manera informal pero mi experiencia me dice que cuando cada persona busca un tipo de noviazgo diferente, no se llega nunca a un acuerdo, y de este modo, la relación se rompe por completo.
En fin, lo nuestro no tiene continuidad bajo ningún estado de la naturaleza. La única cuestión es cómo ponerle fin y de qué manera;  en eso me he centrado este fin de semana. La opción de hablar con los propietarios de nuestros respectivos pisos para que nos pusiesen obstáculos en la ruptura del contrato, me pareció una operación demasiado costosa y difícil; se tenían que tener en cuenta muchos detalles. En cambio, desde mi punto de vista,  la vía más directa y económica sería hablar directamente con ella, y dejarle las cosas claras. Sí, esa sería la opción de un ser racional, pero recordemos que estoy herido, y cuando alguien está dolido busca la venganza;  quiero que sufra, al menos una cuarta parte de los que me ha hecho sufrir a mí. Por esta razón mañana desarrollaré y planificaré el asesinato.

LUNES 18
Hay muchos tipos de torturas que podría aplicar; todas esas prácticas serían extremadamente dolorosas para ella y totalmente gratificantes para mí. Ayer en la noche empecé a pensar en diferentes tipos de opciones pero ha sido esta mañana, al despertarme, cuando me ha surgido el plan estrella, el plan ideal, el plan que llevaré a cabo. No sé si lo soñé o si durmiendo el propósito maduro, pero al despertarme ya sabía qué hacer. De este modo, me pasé todo el día en el trabajo dándole vueltas al fraudulento proyecto; añadiendo detalles o quitando características; mirando de perfeccionarlo.
Al concluir la jornada laboral me dirigí a una tienda de lencería femenina que conocía. Una vez en el local busqué y compré el tanga que, según mi imaginación, llevaría una prostituta o una chica ligera de gustos. No quise que lo envolvieran de regalo, no tenía sentido. Al llegar a casa, puse mi compra en mi mesita de noche y me dirigí a mi butaca donde prendí un puro; todo esto con la voz de Edita Gruberová de fondo. No fumo casi nunca, no obstante hoy quería disfrutar del momento y repasar mi plan paso a paso. Los procedimientos a seguir eran pocos y simples, pero tenían que ser precisos.
El teléfono móvil lo tenía al lado, tarde o temprano me llamaría, y así fue.  Le dije que me sentía afiebrado y que mejor que hoy no nos viéramos. Le aseguré que mañana estaría en plenas condiciones y podía pasarse por casa después de cenar.

MARTES 19
Qué impaciente que soy, no me he podido concentrar en nada durante el día. Tenía una ansiedad dentro de mi cuerpo, quería que fuera de noche para ponerme manos a las obra.
En casa, después del trabajo, lo primero que hice fue prender el equipo de música. Ayer me apeteció ópera, ahora quería música más animada, algo que me hiciera bailar mientras preparaba la escenografía. Así que con la ayuda de Burce Springsteen me dediqué a ejecutar mi tarea. El tanga seguía en la mesa de noche. Bailando al son de la música lo cogí, lo estiré y lo arrugué. Estuve a punto de ponérmelo pero me pareció que eso  sería romper con la seriedad que me caracteriza; no tenía que dejarme dominar por la alegría.
Me agaché y coloqué el tanga debajo de la cama; en un sitio que sólo se podía ver si te agachabas. Estuve media hora moviéndome alrededor de la habitación para comprobar que su posición fuera le exacta. Sí, esta ha sido toda la preparación que necesitaba, el resto consistía en mi improvisación, en que los nervios del momento, al estar delante de ella, no me hicieran cometer imprecisiones.
Tratando de calmar mis nervios, me senté delante la televisión, a ver una película. Faltaban 10 minutos para que terminara cuando ella llegó; así que se puso a mi lado para ver el dramático final. Los dos habíamos cenado por separado, de modo que, al acabar la película empezó a besarme y a quitarme la camiseta; sin que fueran sus actos muy coherentes con el desenlace que habíamos visto en la película. Acepté esté primer paso y la dirigí hacía el dormitorio. Era consciente que sería la última vez que la vería desnuda, la última vez que la tocaría, la última vez qué…
Ella estaba de pie y la desvestí, agachado y arrodillándome, dando vueltas alrededor de su cuerpo, completándola. Cuando ya estaba en calzón y tenía su sujetador en mi poder, dejé que se posicionara en la cama. Antes de tirarme encima de ella deje caer el sostén al suelo, dándole una discreta patada para que se metiera debajo de la cama.
A continuación saboreé cada bocado como el niño que se come una piruleta por primera vez. No sé cuándo volveré a acostarme con una mujer, puede ser que dentro de una semana, o en el peor de los casos, dentro de unos años. Así que desee hacerlo todo a consciencia y con plena concentración, guardando cada detalle en mi cerebro para así recordarlo las siguientes noches de soledad.
A las once de la noche estábamos exhaustos, tendidos en la cama, en silencio. Su brazo me abrazaba por el pecho y yo la acariciaba, notando su fina piel, tanto en las palmas de sus manos como en sus brazos.
No sé de dónde sacó las fuerzas, que yo había consumido, para anunciar su retirada. Antes que se levantará, me dirigí al baño y cerré la puerta con llave. En lugar de sentarme en el wáter pegué la oreja contra la puerta, mientras ella, supuestamente, se vestía.  Entonces escuché que decía:
-¿¡¿¡¿¡¿Dónde está mi sujetador!?!??!?!—era una pregunta que se hacía a ella misma, sin esperar necesariamente una respuesta mía.
A partir de allí solo hubo un prolongado silencio, el ruido de unos pasos y el sonido del cierre de la puerta principal.
Salí del baño.
Tirado en medio del revoltijo de sábanas blancas había el tanga rojo que había comprado ayer.

MIÉRCOLES 20
Tardé mucho en dormirme anoche y hoy en la mañana le seguía dando vueltas a mis preocupaciones y  preguntas. ¿He sido demasiado cruel? Cualquier final es difícil, así que puestos a hacer, cuanto peor para ella, mejor para mí. En otras palabras, estaba harto de ella y del trato que había recibido; quiero que sienta el sufrimiento que me ha corroído en más de una ocasión por su culpa. Sin embargo, hay que tener presente  que es una chica y nunca se sabe con qué te puede salir; no he tenido ninguna señal de que lo nuestro haya finalizado, y eso me preocupa. He empezado a angustiarme por las posibilidades que me salga con alguna sorpresa. No me extrañaría que ahora dijera que encontrar un tanga debajo de la cama le causo un inmenso dolor, pero que gracias a eso se ha dado cuenta de cuánto me quiere.  Por lo tanto, no doy nada por terminado, aún existe el riesgo que se empeñe en otorgarme una segunda oportunidad.
Por suerte, la incertidumbre no duro mucho. En la tarde, cuando menos me lo esperaba,  recibí este mensaje en el móvil: No quiero saber nada más de ti. Así, de esta manera, quedé tranquilo, feliz y con la idea de ser un buen ejecutor de planes. Mi objetivo se había cumplido.

viernes, 24 de enero de 2014

Asesinato sentimental

VIENRES 18
Cenamos en el restaurante Alghazira y en todo momento me sentí muy satisfecho con mi comportamiento. Estuve muy simpático y  aunque habláramos de temas serios, le ponía la chispa precisa para hacer que su boca se alargara hacía las orejas, dibujando una sonrisa sincera y encantadora.
El color rojo de su pintalabios incrementaba  su sensualidad, pero lo que me maravillaba eran sus ojos marrones. Me doy cuenta que cuando estoy con ella me transformo en un piano: su mirada son los dedos que tocan mis teclas y crean la melodía;  mis palabras.  El tiempo pasó veloz y como ya me había anunciado al entrar, a las once de la noche debía dirigirse a la casa de sus abuelos. Cada viernes se reúnen allí hijos, nietos y primos para cenar. Ella tiene la costumbre de no faltar nunca, y hoy,  que había hecho una excepción, se sentía con la obligación de pasar a saludar. En cierto modo, me sentía halagado por haberme dado preferencia.   El paseo hacía la casa de sus parientes fue de lo más agradable por su compañía y por la cálida temperatura. Hablamos, sin saber cómo llegamos al tema, sobre las palomas de las ciudades. Planteábamos ideas, siempre con un tono de burla, de porqué la gran mayoría tienen las patitas deformes y dañadas.
Me despedí con un beso en la boca en la puerta del edificio. Fue sólo un beso pero muy intenso. Al despegar nuestros labios nos miramos y supe, al instante, que se iba contenta de haber pasado una gran velada.

MARTES 22
Ésta tarde, dirigiéndome a casa atravesé el parque de mi barrio y me pareció verla a veinte metros delante de mí. Su silueta es inconfundible. Aceleré mi caminar, incluso troté un poco. Al estar a un par de metros la llamé. Se giró, me vio y  me saludó con un simple hola;  todo esto sin parar su marcha. Hice un último esfuerzo para ponerme a su nivel. Caminaba muy rápido y la notaba tensa e incómoda. Su mirada enfocaba al suelo; no me miraba para nada. Eso no era normal en ella. Tuve que ser yo quien empezara a hablar. 
- Hoy en el trabajo ha venido un cliente hecho una moto porque el artículo que compró  el otro día era defectuoso. Fue muy impertinente con Laura,  pero cuando aparecí yo… su entonación cambio. Eso es de lo que hablábamos el viernes, ¿te acuerdas?
-Sí.
Dejé medio minuto de pausa y cuando el silencio comenzó a dolerme volví a atacar.
-¿Sabes qué? ¡Creó que Mini está embarazada! Se pasa todo el día en el sofá sin moverse, y noto que su volumen corporal va en aumento. ¡Seguro que fue ese día que dejé la ventana abierta!
Giró su cabeza, y en lugar de mirarme a los ojos y sonreír, alteró el procedimiento. Rió forzadamente, y cuando su cara volvía a ser rígida, me miró sólo un par de segundos.
-Te noto muy tensa. ¿Te pasa algo? ¿Tienes algún problema?
-No
-Si quieres podemos ir a tomar algo y hablamos.
-No puedo. Tengo que girar a la izquierda. Adiós. Ya te llamaré.
Se libró de mí cómo la gente que se escapa de quien intenta vender cosas por la calle.
La he notado muy, pero que muy extraña. Se comportó como si estuviera molesta conmigo pero no hay ningún motivo posible. Me he pasado toda la tarde preocupado. ¿Qué he hecho mal? ¿Por qué ha tenido un cambio tan brusco? El viernes estábamos de los más compenetrados y hoy estuvo  como si fuéramos enemigos.
Quiero llamarla pero si ha estado tan seca debe necesitar un período de tiempo para reflexionar. Ya me buscará ella cuando esté preparada, es más, ha dicho que me llamaría. Pero, ¿y si no me llama?

MIÉRCOLES 23
No me ha llamado. He estado mirando el teléfono móvil cada media hora y no he recibido ninguna llamada. Empiezo a estar preocupado. Sospecho que el problema soy yo pero desconozco el porqué. Tal y como dije ayer, no la pienso llamar. Si empiezo a  buscarla entonces se va a sentir acosada. Esperaré.

VIERNES 25

Mañana:
El teléfono móvil vibró con mucha energía; la mesa de madera intensificó el sonido. La pantalla se iluminó y puede ver la hora (las once de la mañana), su nombre y  su número. La espera se había hecho larga. Ayer, gracias a Dios, al estar toda la tarde con amigos no tuve tiempo para preocuparme ni crearme paranoias.
Contesté y su voz era seca, igual que la del otro día. Me ha dicho que fuera a su casa a las cinco de la tarde.
Mi presentimiento es que tomaremos un café y me dirá que ya no quiere saber nada más de mí. Me muero de ganas de saber las causas, estoy muy intrigado. Ya me he concienciado  que tendré que buscar otra chica y no va a ser tarea fácil; no soy tan especial para gustarle o interesarle a cualquiera. Parecía que había topado con alguien afín a mi, pero por razones inciertas, todo ha cambiado de un día para otro. No estoy triste por el hecho de que me dejará;   sino que tengo una incertidumbre interior, que se transforma en miedo, por no saber cuándo volveré tener una relación amorosa.

Tarde:
Para distraerme y calmar los nervios me fui al mercado y compré todo tipo de verduras para hacer un wok. Freí cebollas, berenjenas, zanahorias, pimientos y otros vegetales en la sartén y, una vez hervida la pasta, junté todo. Es una manera rápida y poco elaborada de cocinar pero mientras devoraba me sentí útil por no haber comprado una salsa pre fabricada.
Acabé tan empachado que me quedé dormido en el sofá y por poco me presento tarde a su casa; fue una siesta muy placentera.
Sólo tocar su puerta me abrió y se me lanzó encima besándome apasionadamente. Ni me saludó. Cerré la puerta como pude sin perder la concentración en ella.
Fue un coito de lo más increíble, nunca había tenido una relación sexual tan apasionada con ella, y quizás con nadie. Tengo debilidad por las sorpresas. Iba con la idea de pasar un mal trago y salir cabizbajo, pero finalmente salí esplendoroso; me sentía el rey del mambo. No hubo palabras sino acción. Bueno, al final nos quedamos en la cama charlando de temas intrascendentes; no me atreví a preguntar por su comportamiento en los últimos días.
Ahora que escribo esto, tengo una calma interior muy grande porque todo se ha enderezado y veo que mis inseguridades no tenían sentido. Sin embargo, parándome a pensar, aunque tampoco quiero entretenerme mucho, se tiene que admitir que su cambio de humor ha sido inesperado, positivo, pero totalmente sorprendente.

Marc Chagall
SÁBADO 26

En la ciudad hay una exposición de Chagall y hemos ido para culturizarnos un poco. A pesar de haber visto obras de este autor en revistas o en la televisión no lo conocíamos directamente, y mucho menos imaginábamos su importancia. 
Debo  confesar que los museos, cuando no tienen nada valioso, me repugnan. Paralelamente, una galería con “materiales” trascendentales para la historia de este mundo, me fascina. Me puedo pasar quince minutos delante de las flores de Vincent reflexionando y  analizando qué las hace tan especiales y a cuantos artistas deben haber inspirado. Por esta razón, no puedo ir a exposiciones con otras personas debido a que tienen una predisposición a quedarse muy brevemente delante de un cuadro. Con ella es diferente; es verdad que no me puedo pasar quince minutos contemplando una pintura, pero cinco sí; y eso ya me basta.

DOMINGO  27
Lo más normal sería decir que ha venido a mi casa a cenar pero creo que sería más acertado si digo que vino a bañarse. Nos hemos pasado dos horas, sin exagerar, en la bañera. Ha sido muy romántico y relajante. Qué dulce es cuando quiere; me enjabonaba y me hacía masajes.
Cuando salimos del agua parecíamos dos ancianos con cara de jóvenes; aunque ella seguía siendo asombrosamente atractiva
Mañana empezaré la semana a rebosar de energía. Ojalá todos los domingos fueran como hoy.

LUNES  28
Cuando estaba a punto de subir al ascensor, me llamó al móvil. Según me ha explicado, le han pedido en el trabajo que fuera a Frankfurt para ocuparse de unos asuntos de la empresa. El chico que tenía que ir ha tenido un delicado contratiempo familiar y no podrá ir. Su avión salía a las 16:30 por lo que no me ha dado  tiempo de ir a despedirme. No volverá hasta el viernes en la noche.
Esto me ha fastidiado el resto del día. Justamente quería estrechar más nuestra relación y hacer el intento  de verla cada día o, como mucho,  cada dos. Parece mentira; a la que empiezo a planear las cosas  o hacerme expectativas, éstas se tuercen por una razón u otra. Tengo muy mala suerte.
Ahora no me queda nada más que esperar;  durante cinco días no tendré a nadie que me enjabone.

JUEVES  31
En el autobús se sentó a mi lado un señor mayor, de unos 60 años que, al parecer,  no se había duchado. No era un olor de suciedad sino a sudor, debido a la ola de calor que estaba de visita. Mi olfato es muy fino y lo maldecí durante casi todo el trayecto. No entiendo cómo no se daba cuenta. Si un día noto que mi olor corporal no es el adecuado,  con una simple ducha y a veces,  con el uso del desodorante, soluciono el problema.
Como iba diciendo, no sabía si cambiarme de sitio. Busqué, pero quedaban pocos asientos libres y también me parecía una falta de respeto hacía el señor.
En el proceso de búsqueda vi, a través de la ventana,  en la boca de un metro, una chica con el cabello castaño, peinada con una coleta que le llegaba a media espalda, con unos pantalones tejanos muy gastados y, aunque solo fue por milisegundos, con una piel muy blanca. Todo pasó como un relámpago porque  desapareció por las escaleras que bajaban al subsuelo. Me olvidé del  punzante olor, de mi preocupación por encontrar otro sitio, de toda la gente de mí alrededor, e incluso de que viajaba en autobús. No podía ser. Esa chica era ella; cumplía a pie de la letra todas las características.
Imposible, ella estaba en Frankfurt. ¿Serían los gases lacrimógenos del anciano lo que me había intoxicado y me creaban alucinaciones? Esa coleta de color castaño tan familiar y tan bien hecha me dejó KO. ¡Por Dios! ¡No es posible! 
Frankfurt

Lo primero que he hecho al llegar a casa ha sido llamarla. Se escuchaba ruido de tráfico de fondo. Ella estaba tranquila y yo intenté imitarla. No quise ser directo y no le expliqué mi preocupación. Formulando distintas preguntas y encaminando la conversación, me aseguró que estaba en Frankfurt y que su vuelo llegaba a las 20:35, el viernes.
Al colgar abrí  el portátil y buqué todos los vuelos programados para esta semana y, efectivamente, mañana aterrizaba un avión proveniente de Frankfurt, a las 20:35.
Pude dormir respirando, está vez, la fragancia dulce y fresca de mi habitación. 



VIENRES  01
La he llamado diciéndole que la iría a buscar al aeropuerto ahora que sabía la hora de aterrizaje. Su entonación cambio tajantemente. Me dijo que no, que debía reunirse con el jefe para tratar los asuntos de su viaje. Sinceramente, tampoco trabaja en una multinacional tan grande para que no puedan esperar hasta el lunes. Me pareció una excusa muy poco creíble. ¿Por qué me estaba mintiendo?
Me dijo que el sábado dormiría durante toda la mañana porque estaba agotada, y ya vendría a mi casa en la tarde.
Se me olvidó preguntarle si hoy iría también a su cena familiar

SÁBADO  02
Como me había dicho, me vino a buscar a casa en la tarde. He intentado esconder mi enfado, pero ha sido en vano. Se va una semana avisándome un par de horas antes de partir, y al regresar me dice que tiene que reunirse con el jefe a las 9 de la noche.  ¡Anda ya! ¿A quién pretende engañar está puta?
Estuvimos una hora y yo casi no hablé. Me limitaba a mover la cabeza y contestar sin abrir mucho la boca. Quería que se fuera y me dejara solo.
Hacía ver como si no entendiera las causas de mi enfado. Parecía una niña tonta de primaria preguntándole al profesor cosas de las cuales ya sabe la respuesta. Un profesor, con la paciencia agotada, hubiera reaccionado con un castigo;  pues yo reaccione con unos gritos:
-¿TU TE HAS CREÍDO QUE SOY TONTO O QUÉ? ¿CRES QUE SOY UN MUÑECO PARA HACER LO QUE TE DE LA GANA? ¿CREES QUE SOY UN PLATO DE ACOMPAÑAMIENTO?-- Respiré profundamente recobrando aliento. ÁNDATE CON TU JEFECITO AHORA PARA PONER TODO AL DÍA.
Sin contestar  nada se fue haciéndose la indignada. Huy, si, qué penita que me dio. Eso sí, antes de que cerrara la puerta le grité, en un tono no tan agresivo:
-La próxima vez que vayas a Frankfurt, procura que no te vea por esta ciudad.

DOMINGO  03
Estoy harto de las mujeres, y especialmente de esta mal nacida. Me está volviendo loco, cada día me sale con un problema diferente. Son más los días que me paso angustiado que los que me voy a dormir en son de paz. A esta chica la voy a llamar la ruleta, nunca sabes con qué te va a salir. Cuando apuestas por los rojos te sale el negro y cuando apuestas por el negro te sale el cero. Eso sí, cuando adivinas el color, descubres el significado de la palabra utilidad que tanto emplean los economistas.
Lo que me cuestiono es si esta relación me aporta más sufrimiento que felicidad. ¿Vale la pena continuarla? Veremos cómo evoluciona, no quiero precipitarme. La otra vía sería comportarme como un ser racional y analizar la situación al detalle. Ella está jugando conmigo, ella me utiliza; de este modo, en lugar de hacerme el mártir, yo también puedo jugar el mismo juego, manipularla para obtener algún tipo de ganancia, en mi caso, pura satisfacción carnal.
Como he ido anotando, me hacía ilusión tener una relación seria, pero muchas veces las cosas no salen como se planean y se debe improvisar. Veremos cómo lo hago. 


CONTINUARÁ...
(Noticia)